Ahí iba yo, sentado en el asiento del copiloto, tocando mi armónica de juguete e imaginando que el sonido que producía era el del acordeón que se escuchaba de fondo, mientras mi papá conducía sin inmutarse del ruido que yo iba produciendo en cada canción.
Recuerdo que iba en un datsun del 78, color guinda con franjas doradas, llantas anchas y un auto estéreo equipado con un potente ecualizador de 5 bandas y sonando a todo volumen “mi texanita, mi cachanilla”.
Años después, muchos años después, la armónica de juguete que imaginaba que era un acordeón, se convertiría en uno de verdad y yo lo estaría tocando, junto a mi papá y a mis hermanos.

¿Quién lo diría?
—
Un comentario en “¿Quién lo diría?”